Un día, en una horrible despedida, me dijeron que yo, en vez
de hacer feliz, hacía pensar. Jamás me había sentido tan devastado como me
sentí con aquellas palabras, posteriormente entendí que estaba bien. Que yo no
quería hacer a nadie feliz a base de engaños, ni viceversa, yo quería ser real
y luchar. Agradecí por eso, a pesar de que todo se hundía y mi barquito llevaba
un agujero que dejaba al agua entrar, llegó un momento donde aprendí a nadar, y
entonces supe que no necesitaba a alguien recordándome lo que valía, ahora yo
lo sabía. Día a día, sabía que salía ahí afuera a luchar por hacer a alguien
más pensar, y ese, ese era mi don. Yo no nací para lo fácil, yo amaba
sumergirme bajo el agua y nadar hasta llegar a otros puertos, aunque costara,
aunque me cansara, aunque me perdiera, aunque volviera a la superficie solo
para ver que afuera también llovía ausencia, ira y muchísimo dolor, pero yo
reía y volvía a mi destino. Muchas veces me topé con personas que nadaban
tratando de llegar a ese puerto, muchos siguen, otros solo se hundieron.
Pobres. No saben de lo que se pierden, ver el amanecer sentado en la playa,
sentir las olas llegar mansas bajo tu pisada, y la brisa, la brisa calmada. El
paraíso se encontraba al final y pocos lo lograban, sin embargo ahí me veo,
sentado, respirando, feliz de encontrar mis cartas almacenadas en botellitas de
amor, mis cartas que fueron no escritas para cualquiera, mis cartas que fueron
escritas por mí y para mí. Estas cartas que cuando esté allá en el final, me
recordaran todo lo que alguna vez logré solo para vencer el océano que suelo
ser.