martes, 10 de diciembre de 2013

Adolescencia ahogada en alcohol.

Todo en mi cabeza daba vueltas, todo en mi mundo era relativo en ese momento, tan fantástico, tan irreal, tan emocionante... Podía sentir cada célula de mi piel viva, mi sangre corría a mil por horas a través de mis venas y estimulaba mi cerebro de tal manera que una sonrisa rota se reflejaba en mi cara. Un escalofrío tenue como la luz que alumbraba mi vida recorría la piel de mi cuello, y mis manos temblaban, y se sentía único, como tus caricias, y mi ojos lloraban, y se sentía hermoso, como tu sonrisa, pero en tanto sentir no sabía lo que sentía. Mis pies vacilaban haciéndome malas jugadas, y no sabía cual era mi verdad, y no sabía en que mundo vivía, porque estaba aquí, ahora, en esta línea entre lo ficticio y lo cierto, entre la vida y la muerte, entre la adicción y tantos sueños rotos.

Un frío recorrió mi estomago y mi cuerpo se heló. Un trago más, me dije. Corría por mi garganta, por mis dedos, por mi rostro, corría por todo mi ser, dulce y amargo veneno que me hacía ilusionar, que me hacía vivir mi verdad haciéndome volar y dejándome caer mientras regresaba de mi boca hacía el suelo, tumbándome, llevándome al fondo, y todo se veía lento ante mis ojos mientras estaba viviendo lo más rápido que podía, esquivando cualquier roce con lo que me destruiría, sin percatarme que estaba viajando con el único que podría hacerlo: Conmigo. Y cada trago que había tomado cayó lentamente al suelo junto con cada decisión. Trataba de fijar la mirada en mi reflejo pero era inútil, aquellos globos inyectados de sangre giraban en su propio eje. El sudor se deslizaba por mi frente como si se tratará de un iceberg derritiéndose, tan frío y tan liquido. Mi conciencia gritaba cada vez mas fuerte y la sonrisa rota era lo único que no había perdido. Hey, vamos. No. No más. Pero era inevitable, ahí estaba yo, muriendo joven, y dejando un horrible cadáver. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario