sábado, 27 de abril de 2013

Nuestro cigarrillo.

Ahí estaba yo, ahí estabas tu. Comiéndonos con los ojos, reprimiendo el deseo de tocar nuestros cuerpos, sintiendo como la música recorría nuestro ser.
Aquellos ojos que tanto me volvían loco, aquellos ojos que me pedían a gritos que me acercara tanto como los míos respondían de la misma manera. Patético ¿No? Era lo único que describía aquella escena donde ambos nos dedicábamos a mendigar amor después de habernos cansado de sentir nuestros cuerpos unidos en una sola corriente, de haber sentido como mi cuerpo se había movido tantas veces sobre el tuyo como lo hacía el río que pasaba sobre las piedras, como nuestros labios se acariciaban, como habíamos dejado que el amor nos hiciera uno.

Ahora estábamos aquí, sin nada mas que silencios cargados de culpa y tristeza, sabiendo que era tarde para nosotros. Aquella angustia me volvía loco así que saqué un cigarrillo y lo encendí. Sabía que tu mirada seguía en mi, podía sentirte, nunca había dejado de hacerlo. Dejé que el humo envolviera mi vista, escondiendo la triste imagen de tu cara, pensando que cuando se disipara seguirías ahí, pero no fue así, te habías ido. Entonces entendí que las cosas se iban como llegaban, de repente, como había dejado escapar aquel humo y ya no había rastro de él, como te habías ido tu cuando dejé de ver.

Eres humo, nunca te quedas, siempre te vas y no vuelves, pero yo también lo soy, por eso hoy vuelo con el viento dejando atrás lo que fuimos, dejando atrás donde nacimos, dejando atrás donde morimos. Dejando nuestro cigarrillo.



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